Las cualidades y estados de las
personas no pueden cambiarse. Por ello, no se puede criticar a una persona por
ser demasiado baja o demasiado gorda o por faltarle un brazo o tener una
cicatriz en la cara. Es una elección personal tuya aceptar o iniciar una relación
con esa persona, sea personal o laboral. De hecho, muchos empleadores exigen en
sus ofertas de empleos la buena presencia y sorprendentemente no se alzan voces
contra este tipo de anuncios, lo que denota que estamos en una sociedad
esteticista. Se alzan voces cuando el anuncio especifica el sexo de la persona, requiriendo que se trate de un varón,
pero no cuando especifica la estética. Pensemos en el siguiente anuncio: “Queremos
incorporar a nuestra plantilla un hombre, pero nos vemos obligados a decir que
queremos un hombre o mujer, pero, por favor, las que vengáis, que, por lo
menos, no seáis gordas”. Este esteticismo se impone en todos los ámbitos de la
vida. Por ejemplo, en Podemos, el partido que mejor se ha adaptado a las nuevas
tecnologías de comunicación de masas, sus líderes son jóvenes y de excelente
presencia. Pensemos en Rita Maestre, en Tania Sánchez o Ramón Espinar. Es cierto
que no es el caso del líder supremo Pablo Iglesias, chepudo y con un aspecto
que recuerda a Rasputín, pero también lo es que Hitler no era el prototipo de
superhombre ario que pregonaba. La sociedad, y especialmente la española, se ha
rendido a la estética impuesta por las tecnologías audiovisuales, con lo que se
compra y se vende estética en todos los ámbitos.
Pero, una vez asumido que la
persona es como es y realmente la aceptas, en las relaciones personales o
laborales no cabe la crítica de las cualidades o estados de las personas, sino
de sus comportamientos o actitudes. Pongamos un ejemplo. El trabajador se
apropia del mérito de un subordinado. No se le debe decir “eres un mezquino”,
sino “te has comportado de manera
mezquina”, o mejor “incorrecta”,
para pasar inmediatamente a expresar la consecuencia sobre su conducta o qué
cabe esperar de la persona en el futuro.
Por razones similares, tampoco se pueden emplear expresiones tales como
“siempre haces lo mismo” o “nunca
cumples lo que dices” o "no haces nada bien". Aparentemente se están criticando comportamientos o
actitudes, pero no es así y, en cualquier caso, se hace con una crueldad
inaceptable, porque se parte de que es algo que ocurre y que va a ocurrir “siempre”
o “nunca”, por lo que ningún cambio puede esperarse. Se transmite un mensaje
equivalente a “no me gustas y, además, sé que no vas a cambiar, es decir, que
eres así”, con lo que la crítica no se queda en los comportamientos, sino que
afecta al estado cualidades de la persona. Este tipo de lenguaje es incluso más
agresivo que el anterior y debe ser considerado en las relaciones de pareja y
laborales como lenguaje violento, constitutivo de agresión y tortura
psicológica, que debe ser proscrito y reprimido con severidad.
En todo caso, tampoco creo que
una persona pueda cambiar comportamientos habituales o actitudes, precisamente
porque estos suelen estar influidos por la propia personalidad, que resulta difícil
de modificar, pero, si el comportamiento del sujeto ha sido excepcional, sí se debe
corregir inmediatamente, incluso para evitar que se genere un hábito que se
integre en la personalidad. Antoine de Saint-Exupéry nos contaba cómo su
Principito, tan pronto como se levantaba, arrancaba los baobags que brotaban en
su asteroide, cuando todavía eran arbustos y no habían enraizado. Se trata de
una metáfora sobre la necesidad de atajar los malos hábitos antes de que enraícen
en nuestra personalidad y la destruyan. El Principito había conocido una
persona perezosa, que dejó que estos baobags, es decir, los malos hábitos crecieran
demasiado, hasta el punto de que ya no pudo extirparlos y sus raíces destruyeron
completamente su asteroide, es decir, su personalidad. Así, por ejemplo, el
niño, estudiante o trabajador que procrastina, es decir, que posterga la
ejecución de los trabajos o estudios, o que empieza a llegar tarde al trabajo,
debe ser atendido inmediatamente para intentar evitar que la conducta se haga
hábito y que arraigue en su personalidad afectando negativamente a su vida. Y aclaro que no hablo de evitar, sino
de “intentar evitar”, porque en el
hábito pueden influir factores de personalidad determinados por el ámbito
familiar o, incluso, innatos, que podrían tener un componente también genético, aspectos sobre los que trataré en otra entrada.