viernes, 6 de enero de 2017

No critiques las cualidades de las personas, sino los comportamientos o aptitudes


Las cualidades y estados de las personas no pueden cambiarse. Por ello, no se puede criticar a una persona por ser demasiado baja o demasiado gorda o por faltarle un brazo o tener una cicatriz en la cara. Es una elección personal tuya aceptar o iniciar una relación con esa persona, sea personal o laboral. De hecho, muchos empleadores exigen en sus ofertas de empleos la buena presencia y sorprendentemente no se alzan voces contra este tipo de anuncios, lo que denota que estamos en una sociedad esteticista. Se alzan voces cuando el anuncio especifica el sexo de la persona, requiriendo que se trate de un varón, pero no cuando especifica la estética. Pensemos en el siguiente anuncio: “Queremos incorporar a nuestra plantilla un hombre, pero nos vemos obligados a decir que queremos un hombre o mujer, pero, por favor, las que vengáis, que, por lo menos, no seáis gordas”. Este esteticismo se impone en todos los ámbitos de la vida. Por ejemplo, en Podemos, el partido que mejor se ha adaptado a las nuevas tecnologías de comunicación de masas, sus líderes son jóvenes y de excelente presencia. Pensemos en Rita Maestre, en Tania Sánchez o Ramón Espinar. Es cierto que no es el caso del líder supremo Pablo Iglesias, chepudo y con un aspecto que recuerda a Rasputín, pero también lo es que Hitler no era el prototipo de superhombre ario que pregonaba. La sociedad, y especialmente la española, se ha rendido a la estética impuesta por las tecnologías audiovisuales, con lo que se compra y se vende estética en todos los ámbitos.

Pero, una vez asumido que la persona es como es y realmente la aceptas, en las relaciones personales o laborales no cabe la crítica de las cualidades o estados de las personas, sino de sus comportamientos o actitudes. Pongamos un ejemplo. El trabajador se apropia del mérito de un subordinado. No se le debe decir “eres un mezquino”, sino “te has comportado de manera mezquina”, o mejor “incorrecta”, para pasar inmediatamente a expresar la consecuencia sobre su conducta o qué cabe esperar de la persona en el futuro.

Por razones similares, tampoco se pueden emplear expresiones tales como “siempre haces lo mismo” o “nunca cumples lo que dices” o "no haces nada bien". Aparentemente se están criticando comportamientos o actitudes, pero no es así y, en cualquier caso, se hace con una crueldad inaceptable, porque se parte de que es algo que ocurre y que va a ocurrir “siempre” o “nunca”, por lo que ningún cambio puede esperarse. Se transmite un mensaje equivalente a “no me gustas y, además, sé que no vas a cambiar, es decir, que eres así”, con lo que la crítica no se queda en los comportamientos, sino que afecta al estado cualidades de la persona. Este tipo de lenguaje es incluso más agresivo que el anterior y debe ser considerado en las relaciones de pareja y laborales como lenguaje violento, constitutivo de agresión y tortura psicológica, que debe ser proscrito y reprimido con severidad.  

En todo caso, tampoco creo que una persona pueda cambiar comportamientos habituales o actitudes, precisamente porque estos suelen estar influidos por la propia personalidad, que resulta difícil de modificar, pero, si el comportamiento del sujeto ha sido excepcional, sí se debe corregir inmediatamente, incluso para evitar que se genere un hábito que se integre en la personalidad. Antoine de Saint-Exupéry nos contaba cómo su Principito, tan pronto como se levantaba, arrancaba los baobags que brotaban en su asteroide, cuando todavía eran arbustos y no habían enraizado. Se trata de una metáfora sobre la necesidad de atajar los malos hábitos antes de que enraícen en nuestra personalidad y la destruyan. El Principito había conocido una persona perezosa, que dejó que estos baobags, es decir, los malos hábitos crecieran demasiado, hasta el punto de que ya no pudo extirparlos y sus raíces destruyeron completamente su asteroide, es decir, su personalidad. Así, por ejemplo, el niño, estudiante o trabajador que procrastina, es decir, que posterga la ejecución de los trabajos o estudios, o que empieza a llegar tarde al trabajo, debe ser atendido inmediatamente para intentar evitar que la conducta se haga hábito y que arraigue en su personalidad afectando negativamente a su vida. Y aclaro que no hablo de evitar, sino de “intentar evitar”, porque en el hábito pueden influir factores de personalidad determinados por el ámbito familiar o, incluso, innatos, que podrían tener un componente también genético, aspectos sobre los que trataré en otra entrada.